. - Es fácil amar a las personas que son como nosotros, que piensan como nosotros, que se comportan como nosotros, que visten como nosotros, que tienen las mismas creencias que nosotros, pero ¿qué pasa con las personas que no lo son? Las que son diferentes a nosotros, piensan, actúan, visten, y tienen creencias diferentes a nosotros, nos cuesta mucho amarles, es más, las llegamos a aborrecer por completo.
Muchas veces nos negamos a amar a las personas que son diferentes a nosotros, porque nos dejamos llevar por su apariencia o por la primera impresión que nos causan, haciendo juicios a priori, sin darnos la oportunidad de tratarlas, de enterarnos cuál es su situación, condición o problema; nos basamos en lo que percibimos en primera instancia e inmediatamente nos formamos un pensamiento negativo hacia ellas y ponemos una barrera para evitar cualquier contacto.
La mayoría de nosotros juzgamos a las personas por su apariencia: si trae la ropa sucia, si su corte de cabello es extraño, si usa demasiada joyería, si tiene un tatuaje, nos cerramos a darles la mano, tratarlos con amabilidad, tener una atención con ellas, hacerles un favor o mostrarles afecto.
De igual forma lo hacemos con las personas que nos caen mal, que nos desagradan o peor aún, que nos hacen daño o procuran nuestro mal; pero en esto radica el verdadero amor sin condición, en hacer de lado nuestros perjuicios y dar amor sabiendo que del Señor tendremos la recompensa.
Cuando Jesús empezaba su ministerio dijo estas palabras: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen… Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? (Mateo: 5:43, 44 y 46)
Jesús es el ejemplo perfecto, insuperable y supremo de amor; por amor a nosotros se hizo obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz.
En el libro de Lucas: 23: 42-43, se encuentra una demostración de amor sublime de su parte, en uno de los hechos más impresionantes, amorosos y misericordiosos que hizo, fue cuando estaba en la cruz junto a dos malhechores, entonces uno de ellos “…dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” Es asombroso, admirable e impactante, que aun cuando Jesús, estaba lastimado, herido, molido, agonizante, hace a un lado su dolor para darle esperanza, consuelo, perdón y sobre todo amor (amor sin condición) a éste hombre condenado por sus delitos.
Debemos evitar juzgar a las personas, sin considerar porque situación están pasando, que tribulación les aqueja, que cargas tienen o que los llevó a vivir en esa condición; recordemos que Jesús vino al mundo por amor a sus hijos y Él no hacía acepción de personas, ni juzgaba o discriminaba, sino por el contrario, perdonaba a la gente de sus pecados, para que pudieran tener una vida mejor, como cuando la gente quería apedrear a la mujer adúltera, y ¿qué hizo Jesús? no la juzgó, ni la condenó, al contrario, la perdonó, y retó a quienes la acusaban, para que hicieran un análisis de sus propias vidas, para ver si estaban libres de pecado. ¿Quién de nosotros vive una vida correcta, pura, sin errores ni pecados, para sentirse completamente merecedor de la gracia y misericordia de nuestro Dios?.
Rodeemos a las personas con un círculo de amor que sea incluyente no excluyente, y si alguien intenta cerrar su círculo de amor hacia nosotros, entonces hagamos uno más grande donde quepamos los dos. Julio Cortázar decía: si te caes, te levanto y si no puedo, me acuesto en el piso contigo.
Dios quiere que exista amor entre todos los seres humanos, amarse los unos a los otros y Él cuenta con nosotros para hacer una diferencia en el mundo, de manera especial en el entorno donde vives, trabajas, estudias, donde convives con las personas. La madre Teresa de Calcuta decía: Si todos hiciéramos una buena obra al día, causaríamos la revolución del amor en el mundo.
Y recuerda, que al dar amor sin condición a la gente, no sólo podrás ayudarles, apoyarles, cambiar sus vidas, sino que de igual manera, estarás cambiando la tuya, alcanzando la vida plena que Dios quiere para ti, tu mundo cambiará para bien, verás las cosas de manera distinta, vivirás con más gozo y felicidad; me encanta un aforismo que tenía el autor francés Marcel Proust, él decía: aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia; debemos empezar por nosotros y dar amor a los demás, sin condición. Dios te bendiga.