Unidades de élite iraquíes fueron desplegadas para reforzar la seguridad de la embajada de Estados Unidos en Bagdad, objetivo de un ataque inédito de manifestantes pro iraníes.
Si bien hizo temer una eventual escalada entre los dos grandes aliados de Irak, Estados Unidos e Irán, el episodio de violencia en la Zona Verde de Bagdad, donde se encuentran la embajada estadunidense y las principales instituciones del estado iraquí, finalizó. Pero el daño sigue siendo visible.
Unos 10 vehículos blindados de las unidades de élite antiterroristas iraquíes tomaron posiciones en las carreteras que conducen a la embajada y a la cancillería.
El vestíbulo, donde la seguridad de la embajada suele filtrar a los visitantes, está destrozado, sus paredes incendiadas y sus cristales blindados rotos. En los muros de la representación de Estados Unidos, enemigo de Irán, siguen apareciendo grafitis pro-Irán.
Las grúas transportan los escombros, limpian las piedras y otros proyectiles que los combatientes y partidarios iraquíes pro-Irán lanzaron martes y miércoles contra la embajada, para denunciar ataques aéreos estadunidenses contra una facción armada iraquí pro-iraní, el domingo pasado.
Desde el 1 de octubre, los iraquíes reclaman la salida de la clase política, en el poder desde hace 16 años, y el fin del sistema político instaurado por Washington durante su ocupación del país entre 2003 y 2011.
Nos quedamos para ganar
"Lo que ocurrió en la embajada de Estados Unidos fue un intento de desviar la atención de las manifestaciones populares", explica Ahmed Mohamed Alí, que protestó en Nasiriya (sur). "Pero nosotros nos quedamos, manifestamos por el cambio y esperamos ganar".
En la misma ciudad, dos activistas fueron blanco de intentos de asesinato, según la Policía. Para las Naciones Unidas, esta campaña de intimidación corre a cargo de "milicias". Varios activistas fueron asesinados, decenas detenidos y cientos amenazados. El jueves, un activista, Sadún Al Luhaibi, fue asesinado en Bagdad, según una fuente policial.
La revuelta estuvo marcada por violencia que, desde el 1 de octubre, causaron cerca de 460 muertos y 25 mil heridos, la mayoría de ellos manifestantes, según fuentes médicas y de la Policía.
En Diwaniya (sur), el movimiento de desobediencia civil sigue bloqueando escuelas y administraciones y los manifestantes están en la calle. Sólo levantaron brevemente sus piquetes para permitir a los funcionarios públicos, que siguen recibiendo un sueldo a pesar de la parálisis de casi todas las ciudades del sur, retirar sus salarios de los bancos.
Esta insólita revuelta se debe a que, a finales de noviembre, el gobierno de Adel Abdel Mahdi dimitió espontáneamente. Sin embargo, este último todavía no fue reemplazado, a pesar de los plazos impuestos por la Constitución.
Y el presidente del país, Barham Saleh, amenazó con dimitir si los funcionarios iraquíes pro-Irán se empeñan en presentarle candidatos rechazados por el pueblo. Pero, después del ataque a la embajada, la situación cambió, explica Renad Mansour, especialista de Irak para la ONG Chatham House.
"Antes había un acuerdo, Estados Unidos e Irán nunca se atacaban directamente. Ahora está cambiando porque Irán y sus aliados están en una situación difícil", frente a una revuelta popular que quiere barajear las cartas, dice.
El ataque de la embajada reveló la infiltración de Irán en los aparatos políticos y, sobre todo, en la seguridad iraquí. Los paramilitares partidarios de Irán son "la fuerza más poderosa de Irak porque los dirigentes políticos y los comandantes militares les permiten asumir ese papel", afirma amargamente un miembro de las fuerzas especiales estacionado en la Zona Verde.
Fuente: Milenio